Ser sacerdote es un misterio y una gracias, un misterio porque es imposible comprenderlo plenamente y una gracias porque nadie es capaz de merecerlo. En el mensaje del Santo Padre con ocasión de la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones a celebrarse éste IV domingo de pascua, nos recuerda: “La vocación al sacerdocio y a la vida consagrada constituye un especial don divino, que se sitúa en el amplio proyecto de amor y de salvación que Dios tiene para cada hombre y la humanidad entera”
El amor que Dios tiene por los hombres lo ha impulsado a entregar a su Hijo único por la salvación de todos y en el camino de obediencia al Padre, el Señor Jesús ha instituido a la Iglesia para prolongar su presencia en la historia de la humanidad. El Maestro llamó personalmente a los Apóstoles «para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar, con poder para expulsar demonios» (Mc 3,14-15); ellos, a su vez, se asociaron con otros discípulos, fieles colaboradores en el ministerio. La vocación sacerdotal es la invitación que Dios hace a determinado varones para que acepten colaborar con cristo, como cabeza de la Iglesia en la obra de la salvación de la humanidad. Continúa afirmando el Papa en su mensaje: “Y así, respondiendo a la llamada del Señor y dóciles a la acción del Espíritu Santo, una multitud innumerable de presbíteros y de personas consagradas, a lo largo de los siglos, se ha entregado completamente en la Iglesia al servicio del Evangelio.”
En nuestros días, la disminución de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada es en unos casos real y en otros tema mediático para justificar la tesis de quienes sostienen que la Iglesia en la época actual nada tiene que hacer, argumento por otra parte que no es nuevo en la historia. Ocupándonos de las consideraciones reales, como afirma en Santo Padre “es verdad que en algunas regiones de la tierra se registra una escasez preocupante de presbíteros, y que dificultades y obstáculos acompañan el camino de la Iglesia” en lo personal estoy plenamente convencido que Dios que tanto ha amado a los hombres al grado de enviar a su Hijo al mundo, sigue suscitando en el corazón de muchos jóvenes la semilla de la vocación a la vida sacerdotal. Jesús que tanto ha amado a la Iglesia al grado de entregar su vida sigue llamando a colaborar con él. El Señor, que libremente escoge e invita a su seguimiento a personas de todas las culturas y de todas las edades, según los designios inescrutables de su amor misericordioso, sigue guiando a su Iglesia firmemente por los senderos del tiempo. No obstante la escasez de presbíteros el Señor sigue sembrando la semilla de la vocación.
En su mensaje el Papa nos recuerda “tenemos que rezar para que en todo el pueblo cristiano crezca la confianza en Dios, convencido de que el «dueño de la mies» no deja de pedir a algunos que entreguen libremente su existencia para colaborar más estrechamente con Él en la obra de la salvación” este deber de rezar por las vocaciones sacerdotales incluye también la exigencia de crear ambiente propicio donde como tierra buena, tierra fértil, la semilla de la vocación sembrada por Dios sin duda alguna en muchos jóvenes, pueda rendir sus frutos. Al hablar de vocaciones y experimentar su escasez, surge la necesidad no de promover, sino de cultivar las vocaciones; trabajo éste que exige el compromiso de garantizar una tierra fértil. ¿Cuánto tiene que trabajar el campesino para lograr que su tierra pueda ser fértil y poder recoger abundantes frutos?
El Santo Padre ha proclamada hace algunos días el "Año Sacerdotal" que es una oportunidad permanente para "rogad al dueño de la mies que envie operarios a sus campos" una oportunidad para profundizar en el misterio de la vocación sacerdotal, subrayar el papel y misión del sacerdote en la Iglesia y en el mundo actual. Una oportunidad maravillosa para lograr de nuestras familias, de nuestras parroquias y diócesis una tierra fértil en la cual la semilla de la vocación, sembrada por Dios pueda madurar abundantemente.
La vocación sacerdotal es un don y es un misterio, ante el misterio se requiere una devota contemplación de los designios maravillosos que Dios ha realizado por la salvación de la humanidad; ante el don, el alma humana debe experimentar un profundo agradecimiento del regalo. Nadie puede sentirse con derecho para exigir ser llamado. A quienes elige y concede el don de la vocación, los prepara con las cualidades indispensables, preparación en la que el principal agente es el elegido. El Santo Padre en su mensaje recuerda: por parte de cuantos están llamados se requiere escucha atenta y prudente discernimiento, adhesión generosa y dócil al designio divino, profundización seria en lo que es propio de la vocación sacerdotal y religiosa para corresponder a ella de manera responsable y convencida.”
El convencimiento de estar salvados por el amor de Cristo, no puede dejar de suscitar en un confiado abandono en Cristo que ha dado la vida por nosotros. Creer en el Señor y aceptar su don, comporta fiarse de Él con agradecimiento adhiriéndose a su proyecto de salvación. Si esto sucede, «la persona llamada» lo abandona todo gustosamente y acude a la escuela del divino Maestro; comienza entonces un fecundo diálogo entre Dios y el hombre, un misterioso encuentro entre el amor del Señor que llama y la libertad del hombre que le responde en el amor, sintiendo resonar en su alma las palabras de Jesús: «No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure» (Jn 15, 16).
“Que con Cristo su Hijo nos bendiga la Virgen María”
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