Testigos de Cristo Resucitado.El verdadero significado
de la vida, don de Dios, es que como cristianos somos o debemos ser testigos de
Cristo Resucitado, esperanza del mundo, es decir que nuestra mirada debe estar
más allá de las realidades terrenas. El Papa Francisco nos recuerda al respecto
que en nuestras elecciones, en nuestros comportamientos, en nuestras palabras y
acciones debemos mostrar y manifestar nuestro ser de resucitados.
Cuando somos auténticos creyentes
de la Resurrección de Cristo tiene verdadero sentido el optimismo que se
traduce en una fe práctica en Dios uno y trino. Hoy día es común que se valore esta actitud en todos los ámbitos sociales,
sin embargo los optimistas de este mundo parten de la seguridad que surge de la
vanidad, de su orgullo y falta de unidad. El cristiano es optimista y vive en
plena esperanza porque nos sostiene la fe en Jesús Resucitado. Un cristiano
sabe enfrentar las pruebas, las dificultades y los retos, siempre con serenidad
y esperanza en el Señor.
La primera lectura que
hemos escuchado en éste domingo sobre el relato de los Macabeos, nos edifica,
nos impulsa a vivir una fe autentica, viva, coherente, integra. Recordemos cual
fue la respuesta de los hermanos: “dispuestos a morir antes que quebrantar la
ley de nuestros padres” dice el primero; “”tú nos arrancas la vida presente,
pero el rey del universo nos resucitará a una vida eterna puesto que moriremos
por fidelidad a sus leyes” y continúa el siguiente de los hermanos diciendo “vale
la pena de morir en manos de los hombres cuando se tiene la firma esperanza de
que Dios nos resucitará. ¿Cómo permanecer indiferentes frente a éste relato?
Ante el texto de la
primera lectura que hemos escuchado, que es un relato de vidas vividas plenamente
como un don de Dios, no se puede permanecer indiferente. Ante tata fe y
valentía parece necesario tomar conciencia de cómo también en nuestros días
muchos hermanos nuestros viven sin escatimar nada y dando a la vida un
verdadero valor de eternidad.
Hace muchos años Pablo VI,
cuando aún era arzobispo de Milán, ponía de manifiesto el preocupante desinterés de muchos que son
incapaces de fijar su mirada y fincar su interés vital más allá de las cosas
que éste mundo ofrece. Ligereza de pensamiento, llevar la vida en forma
irresponsable, sumidos en el sensacionalismo irracional, unas de las
tentaciones de nuestro tiempo. Nos hace falta cultivar profundos ideales, hemos
confundido la libertad con indecisiones o libertinajes. Urge fundar nuestras
obras y sentimientos, construir nuestra vida personal y social teniendo como
fundamento la Palabra de Dios, que es la que nos fortalece.
Hoy, en el evangelio,
Jesús responde a una pregunta que le hacen los saduceos, quienes afirman que no
hay resurrección. Cristo les dice a ellos y nos recuerda a nosotros que “Dios
no es Dios de muertos sino de vivos” En nuestro mundo en ocasiones llenos de
oscuridades y penumbras, de mentiras y sinsabores, hay muchos hombres y mujeres
viviendo la propia existencia en la esperanza del “después”, en la certeza de
la resurrección. Baste pensar en tantos consagrados religiosos y religiosas,
llamados por Dios a hacer de la vida un continuo diálogo con Él, considerado
como el único bien por el cual vivir y si es preciso morir por conquistar. También
muchos laicos que sin ser noticia, dan testimonio de Cristo Resucitado viviendo
la vida como el único camino que nos conduce al cielo.