La noticia que despertó
al mundo y sorprendió a católicos y no católicos, a propios y extraños, fue
aquella que por más de 600 años no se había dado. La renuncia de un Papa.
Muchas han sido las voces que se levantan al respecto, unos que de inmediato
compararon a Benedicto XVI con Juan Pablo II, otros que poniendo en duda las palabras
claras y sencillas de Joseph Ratzinger en
renuncia, dejan entrever una enramada de especulaciones sin sentido y faltas de
fundamento. Pero solo hay que mencionar a quienes fuera de la Iglesia juzgaron
de uno u otro modo la renuncia de Benedicto XVI, sino también a quienes desde dentro
dejaron escuchar su voz; como el cardenal australiano George
Pell, quien en una entrevista de televisión critico al Papa, afirmando
que su decisión crearía un antecedente y que después de ahora sería muy fácil presionar
al Romano pontífice para que este renuncie. «Podría haber personas que, al
estar en desacuerdo con un futuro Papa, podrían montar una campaña en su contra
para inducirlo a la renuncia», afirmó Pell.
Otros, no
dejaban de repetir algo que bien podría sonar así: «Estaba cada vez más
impedido en los últimos años, pero permaneció en su lugar. Y dio un ejemplo de
fidelidad al llamado recibido». Por eso el Padre Federico Lombardi, ha
declarado recientemente que si Juan Pablo II, ha dado al mundo testimonio de su
fe y entrega de sí mismo en medio de la enfermedad, con no menos valor
Benedicto XVI nos ha dado ejemplo de la aceptación ante Dios de los limites
humanos propios de la edad, que le impedían un buen desempeño del ministerio
petrino, al servicio de la Iglesia. Los dos, ha dicho Lombardi, nos han
enseñado no solo con sus escritos, sino con la propia vida, que cosa significa buscar
y encontrar cada día la voluntad de Dios, pero también que esta voluntad divina
es diversa para cada persona, aunque parecieran circunstancias parecidas.
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