“Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría. Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los griegos; pero para los llamados a Cristo -judíos o griegos-: fuerza de Dios y sabiduría de Dios.”
Cuantas veces hemos afirmado que tal o cual persono, tal o cual situación, es mi cruz ¡Esto es mi cruz!... ¡Aquel es mi cruz!... ¡Que cruz tan pesada!... quien más quien menos ya se expresó alguna vez así. Jesús, por su parte, nos ha indicado claramente el requisito del buen discípulo: cargar con la cruz de cada día y seguirle (cf. Lc 9,23); de lo contrario, no vamos a pasar de ser simples simpatizantes o admiradores de Jesús, pero nunca discípulos.
Es cierto que el dolor no nos agrada, genera en nosotros un impulso natural de evadirlo. En estos días de semana santa tenemos la oportunidad de contemplar a Jesús sobre la Cruz, contemplar sus sufrimientos, meditar sobre su pasión. Sin embargo no podemos quedarnos ahí, pues junto a la cruz de Jesús debemos también contemplar la vida de cada uno, ya que en nuestro seguimiento de Jesús hay que identificar nuestra propia cruz.
La mentalidad moderna ha llegado al punto de anular la palabra sacrificio, pues ésta palabra parece, para muchos una palabra sin sentido, y formar parte de la historia, de la época previa a la modernidad, de tal forma se ha contrapuesto la modernidad al sacrificio, que hoy no queremos caminar ni unos cuantos pasos para ir a la escuela, las técnicas han innovado los aparatos y servicios del hogar en forma que hoy basta con oprimir un botón y ya esta...! hemos cambiado de canal, apagado la luz, etc…! Queremos gozar lo más posible, pero sin sacrificio.
Los católicos hemos transportado estas misma categorías a nuestra dimensión de fe, en forma que ahora todo lo que suene a sacrificios, penitencias, ayunos, abstinencias, nos cuesta mucho trabajo. También quisiéramos suprimir de nuestras prácticas y vivencias de fe todo lo que tenga que ver con el sacrificio y el dolor. Queremos un cristianismo sin cruz. Queremos la gloria de la resurrección, pero sin pasar por la cruz.
En esta semana Santa podemos contemplar como el camino a la resurrección que Jesús recorrió ha sido precisamente el camino de la cruz, lo que significa que para gozar de la plenitud de la resurrección con Jesús es necesario que cargar con nuestra cruz y seguirle (cf. Lc 9,23), es necesario dejarnos crucificar. Nuestras cruces estarán allí hasta que hayan cumplido su misión: hacernos morir a nosotros mismos; Dios sabe cuan necesario es, para que seamos felices, extirpar de nuestras vidas nuestro orgullo, soberbia, vanidad sensualidad, lujuria y necedad. Y toda esta operación de limpieza es posible solo a través de este sufrimiento diario aceptado con amor y valentía.
"Jesús es un amigo exigente que indica metas altas, pide salir de uno mismo para ir a su encuentro, entregándole toda la vida. Esta propuesta puede parecer difícil y, en algunos casos, incluso puede dar miedo. Pero ¿es mejor resignarse a una vida sin ideales, a un mundo construido a la propia imagen y semejanza, o más bien buscar con generosidad la verdad, el bien, la justicia, trabajar por un mundo que refleje la belleza de Dios, incluso a costa de tener que afrontar las pruebas que esto conlleva?". Juan Pablo II, 1996.
¡Pobres de aquellos que no aprendan a llevar la cruz! ¡Cuánto sufrimiento todavía les espera! Probablemente nunca puedan ver la resurrección, porque no hay mañana de resurrección sin monte Calvario. ¡Cuantos son aquellos que quieren compartir con Cristo la mesa de su gloria, pero que pocos quieren compartir su cáliz de amargura!