La noticia que despertó
al mundo y sorprendió a católicos y no católicos, a propios y extraños, fue
aquella que por más de 600 años no se había dado. La renuncia de un Papa.
Muchas han sido las voces que se levantan al respecto, unos que de inmediato
compararon a Benedicto XVI con Juan Pablo II, otros que poniendo en duda las palabras
claras y sencillas de Joseph Ratzinger en
renuncia, dejan entrever una enramada de especulaciones sin sentido y faltas de
fundamento. Pero solo hay que mencionar a quienes fuera de la Iglesia juzgaron
de uno u otro modo la renuncia de Benedicto XVI, sino también a quienes desde dentro
dejaron escuchar su voz; como el cardenal australiano George
Pell, quien en una entrevista de televisión critico al Papa, afirmando
que su decisión crearía un antecedente y que después de ahora sería muy fácil presionar
al Romano pontífice para que este renuncie. «Podría haber personas que, al
estar en desacuerdo con un futuro Papa, podrían montar una campaña en su contra
para inducirlo a la renuncia», afirmó Pell.