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26.4.08

Celebrar a Cristo Rey a la luz de quines dieron la vida por él.

Si una persona tiene el valor de aceptar el martirio y la muerte por ser fiel a la fe en el Señor, abriéndose al mensaje del evangelio y lo lleva a su vida cotidiana quiere decir que esta persona tiene la fuerza de creer verdaderamente en el Señor y en la vida eterna, quiere decir que esta conciente que la vida terrena es una preparación a la vida plena y definitiva que el Señor ha preparado para la eternidad Para los tantos mártires de la fe a lo largo de la historia de la Iglesia así fue y así es para aquellos hombres y mujeres de hoy que siguen sostenidos por la fuerza y la esperanza de encontrarse con Dios. No es el miedo a perder “esta vida” la que los vence, más bien su fuerza radica en la seguridad de la fidelidad de un Dios que se revela Padre y que en Jesucristo nos ha salvado y con él nos resucitará.
El pasado 28 de octubre el Papa Benedicto XVI en las palabras que dirigió después del ángelus y a propósito de la beatificación de 498 mártires de España celebradas momentos antes, distinguía entre el martirio cruento y el martirio incruento señalando que para poder ser «testigos fieles del Evangelio en el mundo, sintiendo la dicha de ser miembros vivos de la Iglesia, verdadera esposa de Cristo» es necesario asumir «el martirio de la vida ordinaria, cada vez más importante en la sociedad secularizada de hoy», en función de la «batalla diaria del amor», que es distintivo de los cristianos católicos. En las biografías de casi todos los mártires que Dios nos ha regalado en lo largo de la historia es frecuente leer que fueron personas que “perdonaron a sus verdugos” y que a ejemplo de Cristo que libremente dio su vida por nosotros, ellos dieron la vida libremente por el Señor Jesús.Nuestro México es un país profundamente católico su identidad como nación se forjó con la aparición de la Virgen de Guadalupe sin embargo en la primera mitad de s XX el país tuvo que padecer y superar una increíble prueba. Luego de terminar el periodo de convulsión conocido como revolución mexicana la tranquilidad estaba lejos de reinar, grupos violentos pelaban por el poder y buscaban instaurar un mundo de espaldas a Dios. Hubo un conflicto entre los ciudadanos de la ciudad del hombre y los ciudadanos de la ciudad de Dios, aquellos que llegaron hasta el desprecio de su propia vida con tal de no fallarle ni a Dios ni al prójimo.
En las bellas tierras mexicanas se dejó escuchar el grito de “Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe”, como parte final de un testamento espiritual que nos dejaban nuestros mártires mexicanos. Mártires que a lo largo y ancho de nuestro país regaron con su sangre la semilla del cristianismo.Hace dos años fuimos testigos de las ultimas beatificaciones de 13 mártires mexicanos en la ciudad de Guadalajara, entre ellos encontramos la beatificación de José Trinidad Rangel, sacerdote diocesano, de origen campesino muy modesto, humilde y entregado a su ministerio, su preocupación y entrega por la salvación de las almas fue excepcional, fue siempre obediente a sus superiores; junto con él sus compañeros de mártirio, más conocidos como los “Mártires de San Joaquín” por el lugar donde fueron cruelmente martirizados. El 12 de octubre pasado, hace escaso un mes, hemos celebrado 10 años de la beatificación del Fray Elías del Socorro Nieves, un mexicano de humilde extracción campesina, en quien las palabras de San Agustín se cumplieron con exactitud "Si deseas tener vida en Cristo, no tengas miedo a morir por Cristo" (In Ioh. 52,2). El cardenal Saraiva Martins durante la homilía de beatificación de los 498 mártires españoles recalcó que 'Los mártires no son patrimonio exclusivo de una nación, pertenecen al mundo entero, a la Iglesia universal'. Sin embargo para iluminar nuestro caminar recalcamos que dentro de los 498 mártires españoles, beatificados el pasado 28 de octubre, se encontraban dos franceses, un cubano y dos mexicanos uno perteneciente a la familia de santo Domingo y otro a la orden de San Agustín.
Es de llamar la atención el caso de REGINALDO (LUCIANO) HERNÁNDEZ RAMÍREZ quien nació el 7 de enero de 1909 en San Miguel el Alto (Jalisco). Estudió en el seminario diocesano de Guadalajara y debido a la persecución religiosa (1926-1929) su centro de formación fue confiscado y se vio obligado a viajar a España. Allí ingresó a la Orden de los Dominicos, fundada por santo Domingo de Guzmán, fue ordenado sacerdote en 1933 En 1936 debido a los conflictos políticos en curso su comunidad fue disuelta Intentó acogerse en la embajada de México pero, recibidas sus pertenencias, le cerraron las puertas por su condición de sacerdote Según su biografía oficial "quería emular a los sacerdotes perseguidos y ejecutados por la fe en su país natal". Detenido el 13 de agosto de 1936 y después de confesar abiertamente que era "el religioso mexicano al que buscaban" fue llevado a un centro de detención y fue ejecutado ese mismo día, tenía 27 años. Su vida es todo un ejemplo de cómo es Dios quien llama y es el quien va entretejiendo los destinos de los hombres. Estos y tantos más que no han sido reconocidos oficialmente por la Iglesia pero que desde el lugar donde descansan sus restos hay historias que están esperando de alguien quien las platique.
En nuestra diócesis como olvidar el lugar donde descansan los restos del Padre Pedro Razo o el lugar de su martirio. Como borrar el recuerdo, que ha traspasado los límites del tiempo, del Padre Enrique Contreras, cuyo lugar del martirio continúa siendo devotamente visitado y cuyos restos descansan en la parroquia de San Pedro Apóstol en Pozos, Gto. Muchas veces la gente que acude a estos lugares revive aquellos momentos que están olvidados… Prevalece una historia en la que se conjugan la fe, los milagros, la misa en la clandestinidad, el martirio, etc…¿Pero que tienen que ver estos beatos con la fiesta de Cristo Rey? Celebrar la fiesta de Cristo Rey es precisamente acoger con sincero corazón el mensaje que cada uno de estos beatos nos ha dejado, abrirse al mensaje del evangelio y ser portadores de salvación, es tener la fuerza de creer verdaderamente en el Señor y en la vida eterna, es recibir la herencia de nuestros beatos y transmitirla, es cooperar con nuestras débiles fuerzas para que ese grito, “de Viva Cristo Rey” que sale desde el corazón no se vea opacado por un mundo hostil que quiere vivir de espaldas a Dios y esclavizarse en el reinado de los dioses de este mundo.
Tendremos que reconocer nuestro papel de ciudadanos del cielo, a ejemplo de nuestros santos beatos. Quienes la vida dieron nos invitan a entregarnos dando nuestra vida desviviéndonos en el servicio y testimonio a los demás. Es necesario ser obedientes a las palabras del Papa quien nos recuerda dicho que «el martirio de la vida ordinaria, cada vez más importante en la sociedad secularizada de hoy», en función de la «batalla diaria del amor», debe ser el distintivo de los cristianos católicos. Pbro. José de Jesús Palacios Torres.
Roma, It., noviembre 2007

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